Acabo de llegar a mi hotelito, andando, desde la maravillosa plaza Durbar en Baktapur, Nepal. Noche primaveral. Los turistas han abandonado el pueblo-ciudad para volver a su tremendo y ruidoso Katmandú.
Todos, menos una horda de fotógrafos con mochila fotográfica y cámaras monstruosas, que se abalanzó inmisericorde sobre los ancianos músicos que todas las noches nos deleitan con la música tradicional Nepalí. Los pobres músicos, ¡cuatro!, debajo de las arcadas de estilo Newari, en un entorno maravilloso, no daban crédito.
Los fotógrafos, pantalón pescador, camiseta, Nikon y Canon gordas, no pudieron resistir la tentación. Demostrando que el hombre es un animal gregario, a veces más que el mono, se pusieron en manada a disparar desde unos cuarenta centímetros a sus presas. Eran la versión "Paparazzi" del fotógrafo de viaje. Una vergüenza.
Tanta, que no pude ni acercarme a fotografiar la escena para enseñárosla en lugar de contarla. No quería añadir un fotógrafo más a lo que ya era multitud. Los músicos estaban sobre una plataforma a unos sesenta centímetros del suelo. Los cazadores encontraron la plataforma como el lugar más cómodo para sentarse mientras hacían sus fotos: sobre el mismo escenario y en sus narices. Textualmente.
Todo esto en una pacífica plaza, iluminada ocasionalmente por una esporádica vela ya que los cortes de luz de la ciudad no permiten que la energía se mantenga ininterrumpidamente.
Totalmente desmoralizado, me voy con mi trípode, discretamente, a pegarme a un templo entre la penumbra. Monto la cámara, pausada y solitariamente, disparo de vez en cuando. Un templo, un pequeño pasadizo y... uno de los fotógrafos-manada-paparazzi que descubre el lugar y, metiéndose - con un "perdón solo una foto"- directamente entre mi cámara y el sujeto fotografiado, destroza la preparación y el ambiente que estaba preparando. Estoy a punto de marcharme, pero aguanto. Se restablece la calma. Aparece otro energúmeno y se planta, esta vez sin una palabra, detrás - y en línea- con el modelo.
Acabo de entender porqué en el monasterio Namo Budha tienen unos carteles enormes con una cámara y el símbolo de prohibido: no quiero ni imaginar a estos auténticos cafres, maleducados e insensibles, deambulando entre los monjes..